viernes, 6 de junio de 2008

Adiós a Olivier Debroise, una corta pero fructífera amistad


Si mal no recuerdo, la última vez que vi a Olivier fue en noviembre del año pasado en la presentación de la novela La historia de siempre y la premiére de Angélica María frente al mar, ambos de Luis Zapata.

Por Sergio Téllez-Pon

Uno no cree que le toque ver la muerte de las personas que quiere porque piensa que siempre estarán allí. Piensa que son sus ídolos los que se irán primero de la mano de la Catrina para que alcancen más rápido ese status de inmortales, pero no a nuestros prójimos más cercanos.

Escribo lo anterior al saber de la muerte de Olivier Debroise (Jerusalén, Israel, 1952 – Ciudad de México, 2008), de quien nunca me imaginé que tendría que enterarme de su muerte por un correo electrónico de José Joaquín Blanco.

Si mal no recuerdo, la última vez que vi a Olivier fue en noviembre del año pasado en la presentación de la novela La historia de siempre, de Luis Zapata, y la premiére de Angélica María frente al mar, un curioso documental, homenaje de Zapata a la diva mexicana. Desde hacía unos años Olivier y yo nos habíamos distanciado, pero a pesar de eso, siempre que nos encontrábamos por casualidad en alguna actividad o reunión nos saludábamos con cordialidad y, de mi parte, con afecto.

Con su muerte me vienen a la memoria muchos sucesos que vivimos juntos y que me llevan a pensar lo corta pero fructífera que fue nuestra amistad.

Muestra de ello fue que, según él, yo fui la primera persona que leyó el manuscrito de su novela Traidor, ¿y tú?, que permanece inédita y que escribió gracias a una beca del Sistema Nacional de Creadores de Arte del Fonca.

Era, o es, una novela que en lo particular me deslumbró porque sus personajes eran abiertamente gays, claro, pero que se desarrollaba en momentos muy específicos de la historia de la humanidad. Eso llamó mi atención, en específico, porque ante mi aberración a las novelas históricas me encontraba con la utilización de la historia como un elemento más para novelar.

Después, curiosamente el mismo recorrido que su personaje hacía por la Europa de la posguerra y luego a México, lo había hecho también el abuelo de Enrique Krauze, según lo cuenta el propio Krauze en un libro publicado por entonces. Así se lo hice saber a Olivier y no dejó de parecernos una curiosa coincidencia.

Esa novela nos acercó a su vida: Olivier pensaba en ella como un reto en principio por lo lingüístico pues los personajes hablaban, sucesivamente, en polaco, yiddish, inglés, francés, alemán y, claro, español, en la que estaba escrita y que no era la lengua materna de su autor.

Olivier Marie Debroise Guidout, según me contó él mismo, nació en Jerusalén por azares del destino. Su padre era diplomático francés y fue por eso que le tocó ver su primera luz en plena Ciudad Santa. Después tuvo una nana polaca, gracias a la cual hablaba algo de polaco. Finalmente, vino a México donde vivió desde 1970, publicó otras novelas: Diego de Montparnasse (1979), En todas partes, ninguna (1984), Lo peor sucede al atardecer (1989) y Crónica de las destrucciones (1998; premio de narrativa Colima), y aquí murió el pasado 6 de mayo.

Traidor, ¿y tú?, por cierto, concluye en San Francisco, por eso, cuando Olivier se enteró que yo estaba en aquél puerto californiano me pidió, entre otras cosas, que fuera a un hotel del embarcadero a pedirles algún tipo de papelería donde viniera el logotipo del hotel (dado que la novela incluye imágenes, postales, fotografías y documentos).

Desde luego mi requerimiento frente al mostrador del hotel no era muy común así que tuve que contarle al atento hostess la historia del porqué mi petición; conseguí el pedido y me concentré en buscar los demás encargos en la sexshop más cercana a donde pernoctaba.

A cambio de eso, yo le hice una petición cuando él viajó por Sudamérica en el verano de 2003: un libro, cualquiera que fuera, del poeta surrealista César Moro. Al estar en Lima, Oli compró un tomo de las obras de Moro y a su regreso a México nos vimos y me lo pudo dar junto con una imagen de Sarita, la santa más popular del país andino.

Luego yo me fui a La Habana y me encargó algo sobre arte contemporáneo cubano. Cuando inauguró CANAIA me pidió que le ayudara a buscar un asistente, que acabó siendo mi amiga de la secundaria, Minerva Garnica. Después necesitó de un traductor y una vez más le ayudé, esta vez fue Omar Feliciano quien entró al quite.

Fue, también, a raíz de esa novela que, como digo, nos distanciamos tiempo después pero a pesar de eso, cuando nos encontrábamos en la cafetería de la Facultad de Arquitectura en CU (donde él tuvo su oficina mientras trabajó en la UNAM y a donde yo iba a comer saliendo de clases) o en fiestas o reuniones, nos saludábamos y hasta platicamos con bebidas en mano.

A diferencia de otros, creo Olivier fue particularmente generoso con los jóvenes, en mi caso como literato, pero también lo pude ver con muchos fotógrafos (materia en la que se especializó en los últimos años), artistas plásticos, visuales, performanceros y pintores.

Su entusiasmo, su vitalidad, su jovialidad, pero también su voz crítica y siempre humorística nos harán falta para los tiempos que vienen y que no pintan nada bien.

PS. Me siento raro al tener que borrar su correo electrónico y su dirección del messenger, es algo que sólo había hecho por otros motivos, nunca por la muerte del destinatario.

(sergio@anodis.com).

Tomado de Anodis, sección Arte y Cultura (www.anodis.com).