viernes, 6 de junio de 2008

30 años después se dice queer

Por Max Mejía.

Este junio se cumplen 30 años de la primera marcha de orgullo gay en México. Era 1979: un año después del nacimiento de los grupos que iniciaron el movimiento de los derechos lésbico gay, y final de una década en que lo gay se volvió asunto social. Era el Distrito Federal: centro de los cambios en el país, por ese entonces, envuelto ya en la música disco y su derivado la discoteque, que enmarcan el coming out de los gays. Así que, a mitad los setenta, los gay locales pueden al fin sentirse, aunque sea en versión limitada, en atmósferas tipo San Francisco.

Al mismo tiempo la vida gay aquí se intensificaba. Los gays y lesbianas setenteros, en contraste con sus antecesores, se mostraban a la luz del día. Esa actitud los coloca en posición distinta con respecto al mundo. Al unísono se muestran en distintos sitios y en número que desborda todos los cálculos. Pero además se mueven en parvada: son el grupo, la tribu que apuesta a la fuerza de su afinidad. La Zona Rosa es el primer territorio conquistado. Pero hay más: fuera y dentro de los Sanborn's hay filas de hombres en busca de acción; en los baños de vapor los cuerpos se relajan; la Alameda se antoja paisaje dispuesto para el ligue, las esquinas mágicas proponen la fuga automática. La vida lésbica también se intensifica, aunque ésta discurre de otro modo. Hay si acaso una disco para ellas, por lo que el refuego sucede entre redes de amigas, en fiestas masivas en domicilios. Como extensión de todo aquello, surge el activismo gay lésbico con grupos como Lambda, FHAR, Lesbos -- relevado luego por Oikabeth--.

¿Cómo se conforman esos grupos? ¿Cuál es su papel en ese ambiente? El primero es mixto y opera a la perfección con hombres y mujeres, los otros son sólo de hombres o sólo de mujeres, respectivamente. Comparten, con todo, los mismos orígenes: sus integrantes son universitarios, provienen de las clases medias, varios han viajado y la mayoría está al tanto de los movimientos gay en otros países y ubican, sobre todo, las circunstancias locales. Es México, lo que quiere decir un viejo discurso moral y enorme desfase con el mundo moderno, a la sazón representado por Estados Unidos, Francia y los ‘gayos’ españoles. Mientras allá la aparición masiva del grupo, deriva en un nuevo trato hacia sus integrantes, aquí se vive lo absurdo: en la disco se puede respirar libertad, Village People, Donna Sommer ayudan a creérselo, pero en cualquier momento se vuelve a la realidad: la de la razia asaltando el sitio o esperando en las calles adyacentes.

Los grupos dedican mucha de su energía a denunciar los abusos de la policía; rescatan gays de las cárceles, los defienden de la extorsión y llegan en protesta, entre una nube de policías apuntándolos, hasta la misma sede policíaca, la Plaza de Tlaxcoaque, cuyo titular es, entonces, ni más ni menos el siniestro general Arturo Durazo. Los activistas entienden que el problema estriba, en parte, en el moralismo, sin duda favorable a las medidas de fuerza y muy arraigado en el país, pero más que nada en el autoritarismo del sistema político.

Esa comprensión les permite moverse entre la política, la denuncia y la comunicación con el sector. Eso también les da una posición de fuerza para cambiar las cosas. En un muy corto plazo le hacen ver a la sociedad la legitimidad del reclamo de los derechos gay y el carácter ilegal de los actos policiacos. Esa forma de enfocar el problema, ese logro será decisivo en el cambio de visión de la sociedad, que en adelante reconocerá a los homosexuales y lesbianas como individuos concretos y ciudadanos de este país.

La primera marcha del orgullo gay fue una de las muchas acciones de los grupos durante aquellos años. De manera clave éstos posan su estrategia en situaciones tales como dar la cara, mostrarse, declararse gay o lesbiana, y en la denuncia de la policía, actos que a la luz de estos tiempos pueden parecer inofensivos pero en aquel momento eran en mucho subversivos. Mostrar lo invisible, hablar de lo que no se hablaba, denunciar las situaciones de injusticia que hasta entonces habían sido tenidas como lo contrario, reclamar derechos exponía a riesgos concretos, pero también era una estrategia que cautivaba enormes simpatías entre la sociedad.

Muchas de las iniciativas que hicieron al movimiento gay fueron éxitos anticipados. Aquella primera marcha no fue la excepción. Media hora antes de la convocatoria ya estaban ahí entre 400 y 500 participantes. Era tal la euforia de esos hombres y mujeres que no rebasaban los 24 años, tal su entusiasmo por la causa, que esa sola imagen, junto con la nutrida presencia de medios, marcó la trascendencia del evento.

En los años sucesivos vinieron marchas del orgullo gay masivas, incursión en la política, con candidaturas propias y hasta un ataque anti-gay que los activistas contestaron de la mejor manera, haciendo detener a todos los agresores. Y así hasta 1984 en que ese ciclo prolífico en novedades culminó.

¿Cuánto duró aquello? Siete años, tiempo demasiado breve pero a la vez suficiente para hacer la tarea y despedirse. Los grupos habían logrado su misión: los actos de injusticia contra el grupo habían dejado de ser invisibles y los gays y las lesbianas ahora fueron individuos reales.

Lo que vino después, es otra historia. Si debieron de aparecer grupos de relevo que tradujeran aquello ganado en derechos y beneficios tangibles para el sector y no aparecieron, eso tiene que ver con otras situaciones. Podría culparse al sida, que empezaba a golpear fuertemente al sector, pero la causa quizá fue otra: el activismo postliberación gay tuvo tal dificultad para asimilar lo ganado que vuelve insistentemente hacia aquellos años, tratando de averiguar qué paso y que podía hacer luego de todas aquellas aportaciones.

Los años pasaron, las marchas del orgullo gay se volvieron gigantescas, la Ley de Sociedades de Convivencia hizo su aparición y gays y lesbianas pudieron formalizar sus uniones…Pero no volveríamos nunca más a ver un discurso embonado en la realidad del sector.

Hoy las circunstancias del gay y la lesbiana son definitivamente incomparables. Tienen más libertad y también nuevos límites. Viven menos envueltos en la zozobra, las actitudes violentas hacia ellos y ellas han dejando de ser la regla. La penetración de palabras como tolerancia y diversidad ha generado nuevas formas de entendérselas con la diferencia sexual y ésta poco a poco va volviéndose un asunto negociable, manejable dentro de un discurso que propone la igualdad.

¿Desaparecerá la diferencia homo? La identidad gay, con su sexualidad, sus formas de pensar y su mundo distinto y confrontado con la heterosexualidad, que con tanto ahínco defendieron los gays y lesbianas setenteros, hoy es solo un relato de fotos y recuerdos. Incluso las palabras gay y lesbiana han perdido significado. Empezando por que serlo ya no significa nada extraordinario ni es tema especial, y ponerse esos títulos no salva de acabar siendo considerado común y corriente.

O sea que la diferencia ya no reside en la forma de la sexualidad o la orientación sexual de cada quién, sino en la simple y llana individualidad. Todos somos individuos, luego todos podemos ser diferentes. En el mundo del derecho a la individualidad, lo gay y lo hetero dejan de ser partes distintas. Si nos atenemos al comportamiento de muchos de ellos, sus formas de ver el sexo, de hacerlo, sus planes de pareja, familia, etcétera, son tan similares que cuesta trabajo diferenciarlos entre si. (Queda por ver el futuro de los tránsgeneros, cuya realidad y motivaciones de vida distan aún de caber en el discurso de la igualdad). Muchos jóvenes de hoy con orientación homo, un poco para resistir a la avalancha normalizadora, se identifican con la palabra queer, que no significa gay sino una forma de distanciarse de la identidad y el encasillamiento sexuales que envuelve ésta, al mismo tiempo que es una forma de reivindicarse con una individualidad distinta a la domesticada por el mercado y el discurso superficial del 'todos somos iguales'.