viernes, 6 de junio de 2008

El absurdo peso del pensar en la poética

Por André R. Navarro


(Comentario sobre el poemario Alguna Sociedad Excitada de Adrián Saénz. Cuadernos Existir #11. Abril 2008)

El trabajo poético de Adrián Saénz exige una actitud paradójica para su lectura, pues al mismo tiempo que ahonda en la profundidad de la psique del cívico contemporáneo, ese hundimiento es realizado con burla sarcástica y convicción en lo indecible. El silencio caracteriza la poesía de Saénz, no únicamente el silencio físico, la ausencia de voz o el tiempo postergado para arribar a esta publicación que hoy nos atañe. En cada poema Saénz calla algo, deja algo en la sombra y en el silencio conservando la claridad de la oscuridad.

No he conocido hasta hoy una persona que albergue en ella misma una violencia tan aguda junto a la mansedumbre. Sin sarcasmo lo digo: Adrián Saénz no aguarda un segundo, ni escatima una palabra para expresar su rabia, al mismo tiempo que su cuerpo aguarda en la quietud y el silencio, como sabiendo que su rabia es la ropa fina de una inconmensurable compasión por la humanidad o quizá, por el contrario, el silencio es la agresión encarnada. Saénz ve el hocico oxidado de un automóvil al mismo tiempo que contempla la propia muerte, “también mueren quienes presencian / la muerte del Otro” En sus poemas la muerte está descrita con precisión forense: La carne abierta en el tórax del hombre / es un ojo que ahora empieza a llorar. Pero su visión unitaria le hace voltear el rostro, no hacia a un costado para negar lo displicente, sino hacia adentro para contemplar su propia finitud.

De tal manera, la poética de Saénz se sumerge en lo desconocido de lo inconsciente, en la sombra, en aquello que tememos ver. Lo hace sin pretensiones estilísticas, quizá su pretensión sea de carácter ético. Aquí se inicia la frontera del juicio, del pensamiento que precisamente Saénz suele despreciar, con el odio de quién conoce cada arista del objeto odiado. Saénz vierte su rabia sobre el conocimiento y el pensamiento pues el mismo se ha sumergido en el absurdo de sopesar una caja de cartón contra los propios pensamientos. Frase para la hilaridad; Saénz no haría cosa tan grosera, por el contrario despreciaría dicho acto cognitivo al primer indicio, únicamente después de aceptar la derrota de haberlo pensado. Su aceptación: mis pensamientos grapas simplemente, / tachuelas primitivas en un madero chueco. En efecto, qué es el pensamiento sino esas tachuelas inútiles.

Cuánto ha cambiado en nosotros, en nuestro pensamiento en los últimos cien años, ni qué decir en los últimos cinco mil años. Podríamos alegar, quizá justamente que el pensamiento se ha envuelto en una trasformación iniciada en los descubrimientos científicos modernos, desde las leyes de la gravedad, la teoría de la relatividad hasta la física cuántica. Sin embargo, esa trasformación del pensamiento, para muchos es una ilusión, pues las ideas desprendidas de tales descubrimientos fueron planteadas por nuestros ancestros, cientos de años atrás.

Esta breve diatriba es inútil, si la máquina no ha sido reparada. De qué nos sirve la filosofía, la física, la poesía si al final la máquina sigue igual, si al final seguimos obedeciendo a esta máquina que nos ciega, que nos consume, que consumimos.
De qué nos sirve la conciencia de la inutilidad del pensamiento y del conocimiento si nuestro caminar diario es una reverencia a la máquina, si nuestro silencio es una demanda agresiva, si no podemos estar el uno con el otro. (ceniza_76@hotmail.com)