viernes, 6 de junio de 2008

Daniela Gallois Recuerdos que se despintan

Por Lorena Mancilla

De la pintora Daniella Gallois (Paris 1939, Tijuana 2006) se ha dicho casi todo, pero no se ha escrito gran cosa. A dos años de su muerte las historias permanecen repartidas en distintas memorias, se puede decir que estamos en la etapa primitiva de su leyenda.

Imagínese usted una francesa de gustos refinados caminando por Rosarito y el centro de Tijuana acompañada de un perro, seguramente calza alpargatas y trae el pelo recogido, atado con una mascada. Tiene los ojos azules y la cara llena de arrugas, es delgadísima, pequeña. A veces lleva en la mano una paloma, siempre al hombro un bolso, dentro del cual dibujos, pinturas, pedazos de cuero y de hoja de oro se mezclan con bolsitas llenas de alimento de ave. Imagínese a una artista como las de antes, solitaria, bohemia y con mal genio.

Nunca dijo su edad, hasta me parece de mal gusto decir el año de su nacimiento y el de su muerte, una cuenta fácil de sacar por cierto, pero digamos que en ese tiempo se trazó esa historia con diferentes variantes y versiones, misteriosa porque Daniella siempre se transformó al igual que su pintura. Un día era una geisha, el otro la luna, luego una mujer pescado y así. Melancólica, se rodeaba de un bestiario fantástico: sirenas, monjes, dragones, brujas, elefantes, unicornios, ornitorincos, eclipses, peces, hombres desnudos perdidos en paisajes de muerte, ángeles, mujeres que siempre fueron ella, con su cuerpo, sus senos, su vientre que no dio hijos.

Se dice que fue una mujer muy bella. También se dice que el pintor tijuanense Benjamín Serrano se enamoró de ella en una visita a Francia y se la trajo a que viviera el resto de su vida con él en esta frontera, esto ocurrió a finales de los 60’s. Pero Benjamín murió en 1988 y la dejó “sola en el mundo” como ella decía, la familia de Benjamín la dejó en el desamparo tras la muerte de él, y Daniella se dedicó a vivir de aquí para allá, sola siempre, acompañada de animalitos heridos, rodeándose de una serie de amigos entre los que había libreros, prostitutas retiradas, dependientas de tiendas, empresarios, artistas, gente de la calle, amas de casa, niños.

Daniella era un enigma, podía parecer de pronto tímida y luego crecía clavando sus ojos azul turquesa en quien los viera. Su plática era errática, casi perpetuamente acompañada de una cerveza Bohemia o de un Campari. Siempre discreta, nunca recurría al vulgar name dropping tan común hoy en los artistas. A pesar de las penurias económicas nunca perdió la dignidad. Su pintura le dio para vivir y satisfacer todos sus gustos, que se anorteñaron pero nunca dejaron de ser sibaritas, sabía en donde estaba el mejor filete de pescado, o el jamón serrano que le gustaba. Como última voluntad pidió que en su funeral hubiera un brindis de champaña y oporto para sus amigos. Además siempre tenía un gesto generoso, enviaba regalos en navidad o simplemente aparecía con algo para compartir. No olvidaré que el día de su funeral, una pintora amiga suya se me acercó para decirme que antes de morir le había dejado un regalo a mi hija, con quien compartía cumpleaños, el 9 de mayo. Hasta después de muerta fue espléndida.

Uno de los golpes más terribles que recibió fue la muerte de su compañero Kevin, o Khalil como ella lo llamaba, a partir de este suceso no volvió a acompañarse de nadie.

El final comenzó con una fractura de cadera, ayudada por sus amigos y por su familia, alquiló una casa en Rosarito. Se curó sola. No permitió que la operaran y era imposible ponerle un yeso por la localización de la fractura. Ella sola se enseñó de nuevo a caminar. Durante su convalecencia continuó pintando sin descanso. Sin embargo ya estaba enferma, un tumor la invadía y le quitó la vida el 21 de mayo del 2006, unos días después de su cumpleaños. Sus cenizas a petición de su única hermana, por el amor a estas tierras, fue que se arrojaran al mar, el muelle del Hotel Rosarito fue el escenario de una noche templada.

Ahora la historia de Daniella Gallois, así como sus miles de pinturas se encuentran regadas entre coleccionistas y amigos. Es importante un rescate de su memoria, elaborar una documentación de su obra: sus épocas, sus estilos. Antes de que los recuerdos se despinten es necesario convertirlos en palabras.